
Omina y expresa
Rencores lisiados
Plasmados en cuya
Historia engendra
Escaras de impureza
Ancladas a la memoria
El pasado se hace presente
Mientras el porvenir habla
De los hilos de aquel presente
Escritos por profetas
Habla de aquellas desgracias
Incultas sobre algunos martirios
Incitado por este manifiesto
Habladas en una noche fúnebre
Donde el porvenir era incierto
Y algunos presagios se manifestaban
Mientras brujos hablan en silencio
En tejido de hechizo y maleficios
En danzas caviles y en cruzadas
De tristes enunciados
Para el nacimiento de engendros
Y espíritus chocarreros
En pócimas de sortilegio
Frases malgastadas, paradigmas
Naces como poema maldito
Entre estos íncubos
Donde la fraternidad es mutua
Ven envenena mi alma con tu aroma
Hechízame los sentidos con tu ser
Córtame las cortezas del razonamiento
Pero sobre todo mátame…
porque tu ritual así lo ha dicho
Ven has un sortilegio para mi próxima reencarnación
Toca las últimas notas fúnebres de dios
Dialoga con tus fantasma, confíales el último secreto
Danza con tus muertos y circes para este viertes trece
Y murmura trece veces mi nombre para salir del paraíso
Clava una estaca en los sonidos de la vida decadente
Mientras afirmas oraciones confusas
Platica sobre angustias y envenena sueños ajenos
Mientras mi llegada es tardía
Bautiza las bajas pasiones para así leer el libro
Que me dará paso fugaz a esta tierra donde
Tú estarás
En la horca negra bailan, amable manco,
bailan los paladines,
los descarnados danzarines del diablo;
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín.
¡Monseñor Belzebú tira de la corbata
de sus títeres negros, que al cielo gesticulan,
y al darles en la frente un buen zapatillazo
les obliga a bailar ritmos de Villancico!
Sorprendidos, los títeres, juntan sus brazos gráciles:
como un órgano negro, los pechos horadados ,
que antaño damiselas gentiles abrazaban,
se rozan y entrechocan, en espantoso amor.
¡Hurra!, alegres danzantes que perdisteis la panza ,
trenzad vuestras cabriolas pues el tablao es amplio,
¡Que no sepan, por Dios, si es danza o es batalla!
¡Furioso, Belzebú rasga sus violines!
¡Rudos talones; nunca su sandalia se gasta!
Todos se han despojado de su sayo de piel:
lo que queda no asusta y se ve sin escándalo.
En sus cráneos, la nieve ha puesto un blanco gorro.
El cuervo es la cimera de estas cabezas rotas;
cuelga un jirón de carne de su flaca barbilla:
parecen, cuando giran en sombrías refriegas,
rígidos paladines, con bardas de cartón.
¡Hurra!, ¡que el cierzo azuza en el vals de los huesos!
¡y la horca negra muge cual órgano de hierro!
y responden los lobos desde bosques morados:
rojo, en el horizonte, el cielo es un infierno...
¡Zarandéame a estos fúnebres capitanes
que desgranan, ladinos, con largos dedos rotos,
un rosario de amor por sus pálidas vértebras:
¡difuntos, que no estamos aquí en un monasterio! .
Y de pronto, en el centro de esta danza macabra
brinca hacia el cielo rojo, loco, un gran esqueleto,
llevado por el ímpetu, cual corcel se encabrita
y, al sentir en el cuello la cuerda tiesa aún,
crispa sus cortos dedos contra un fémur que cruje
con gritos que recuerdan atroces carcajadas,
y, como un saltimbanqui se agita en su caseta,
vuelve a iniciar su baile al son de la osamenta.
En la horca negra bailan, amable manco,
bailan los paladines,
los descarnados danzarines del diablo;
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín